TDAH y obesidad: la verdad
Soy esa persona que olvida dónde dejó las llaves… mientras las trae en la mano. También soy esa persona que pelea con el hambre emocional y con el espejo. Vivo con TDAH y obesidad, y hoy te cuento algo que me cambió la mente (y la paz): sí hay relación entre TDAH y obesidad, y entenderla me quitó toneladas de culpa.
Primero, lo básico: el TDAH no es flojera ni berrinche, es una condición del neurodesarrollo que afecta la atención, la impulsividad y los niveles de energía. Cuando sumas eso a la relación compleja que tenemos con la comida (hola antojos, horarios caóticos y cero estructura), el combo puede empujar al aumento de peso. La ciencia lo ha visto: hay más riesgo de obesidad en personas con TDAH y no es solo por “malos hábitos”. También hay factores genéticos, prenatales y de inflamación que conectan los puntos entre cerebro y metabolismo.
Ahora, lo personal: mi impulsividad no solo vive en mis compras online; también aparece cuando como. Si me distraigo, pierdo la señal de saciedad. Si me frustro, quiero algo dulce ya. Y si no tengo horarios, termino cenando como si fuera brunch. Reconocer que TDAH y obesidad se cruzan en mis rutinas fue el primer paso para armar un plan más amable conmigo.
TDAH y obesidad: ciencia y cerebro
Además, la relación es bidireccional. El TDAH puede llevar a comer por impulso, picar entre horas y moverse menos; a la vez, la obesidad puede generar inflamación que afecta funciones ejecutivas (esas que ayudan a planear, organizar y decir “no” a la tercera rebanada de pastel). O sea: no es “falta de voluntad”, es biología + contexto.
Sin embargo, no estás destinadx a vivir en ese loop. Hay tratamientos que ayudan muchísimo. La farmacoterapia para TDAH puede bajar la impulsividad y, de paso, ordenar el apetito. La terapia cognitivo-conductual enseña estrategias para planear comidas, regular emociones y hacer paz con la comida sin obsesiones. Y sí: TDAH y obesidad también se trabajan con nutrición estructurada, movimiento disfrutable (no castigos de 2 horas) y, en algunos casos, medicamentos para peso o cirugía bariátrica indicados por especialistas.
Por eso, si sospechas que tu atención y tu peso están peleándose, tu primer stop no es una dieta de moda: es una consulta médica. Un diagnóstico claro cambia el juego.
Qué hacer sin drama
Entonces, ¿qué me ha servido? Aquí va mi mini kit realista:
- Estructura amable: tres comidas + 1–2 snacks planeados. Al cerebro con TDAH le encantan las rutinas que no exigen pensar de más.
- Ambiente pro-yo: proteína visible en el refri, frutas lavadas, agua a la mano, delivery con opciones elegidas desde que estoy tranqui.
- Movimiento con cero culpa: caminar mientras escucho mi podcast favorito, bailar 10 minutos, pesitas mientras veo series. Lo importante es consistencia, no perfección.
- Pausa antes del bocado: 60 segundos para preguntar “¿tengo hambre física, emocional o de aburrimiento?”. Si es emocional, rescato otra mini-acción (mensaje a une amix, respiración 4-4-4, salir a tomar aire).
- Herramientas pro-foco: alarmas para horarios de comida, app de recordatorios y lista corta de snacks de emergencia.
Mientras tanto, recuerda esto: TDAH y obesidad no definen tu valor. Eres más que tus síntomas y tu talla. No se trata de castigarte, sino de conocerte y pedir ayuda profesional cuando toca.
Finalmente, si necesitas guía clínica integral (sin juicios), el Dr. Luis Jesús Dorado, especialista en Nutrición Clínica y Manejo Integral de la Obesidad, lo explica clarito: ni el TDAH ni la obesidad son un “tema de voluntad”, son condiciones complejas que requieren abordajes personalizados. Puedes contactarlo en WhatsApp 55 8009 8627 o en Instagram @drluisdorado para una consulta profesional.