Ramón Monegal: perfumista poeta y arquitecto del olfato
Desde su infancia en un pueblo costero hasta su estudio perfumístico lleno de matices poéticos, Ramón Monegal ha construido un universo olfativo que habla más allá del aroma: es narrativo, es arquitectónico, es íntimo. Para él, la perfumería no es solo una industria; es un lenguaje tan conciso como la poesía, donde cada ingrediente es una palabra con peso. En esta entrevista para Zero Magazine, Ramón se permite ser libre: reflexiona sobre las reglas absurdas de la normativa, su visión creativa, y el poder de las capas olfativas para crear una identidad personal.
Por: El Poderoso Dave
Fotografías: Cortesía de Maison Peony

¿Cómo te perfumarías para retratar tu versión de los 20, de los 50 y de los 80 años?
A los 20 habría necesitado enraizamiento, un vétiver, para sentir que tenía algo sólido, una base firme. A los 50, en plena madurez, me decantaría por flores: seducción, plenitud, elegancia. Y a los 80, definitivamente me rodearía de un buen sándalo. Una madera litúrgica, íntima, que evocara recogimiento y memoria.
Con tu marca propia tienes más libertad creativa. Si pudieras eliminar una regla de la perfumería moderna, ¿cuál sería la primera?
Las regulaciones. Me parece absurdo que la perfumería se presente como algo peligroso. Solo un 3 % de la población sufre alergias; eso no debería condenar al 97 % restante. Deberíamos advertir con honestidad: “este perfume puede generar reacciones”, en vez de prohibir por miedo.
Cuando trabajas para ti mismo eres artista; mencionas que entra la poesía en tus composiciones. ¿En qué momento te diste cuenta de esa relación entre poesía y perfume?
Me di cuenta cuando vi que los ingredientes son como palabras y las frases de un poema son como acordes. En perfumería, cada nota, cada componente, existe “porque tiene que estar”. Es un lenguaje deliberado. Quiero que mis fragancias comuniquen algo, no solo que huelan “bonito”.

Si tuvieras que escribir acerca de otro perfumista-poeta, ¿a quién elegirías?
Me quedo con Pierre Bourdon. Y en cuanto a poetas, Antonio Machado. He creado perfumes inspirados en sus versos. Por ejemplo, un poema sobre un naranjo me llevó a hacer una fragancia con neroli, petitgrain, la fruta y la madera de naranjo. Celebré mis 50 años rodeado de naranjos con ese aroma.
¿Hay ingredientes que consideres sobrevalorados o subvalorados en la industria?
Sí, la bergamota me parece sobrevalorada: se usa mucho y a veces sin profundidad. En cambio, el iris —su raíz– me fascina: es difícil, cara, y efímera, pero tiene matices que considero casi infinitos.
¿Ha cambiado tu forma de evaluar una fragancia con el paso del tiempo?
Absolutamente. Me formé en una era donde lo natural imponía su ley y conocías cada origen del ingrediente. Hoy adapto mi visión: uso sintéticos, moléculas modernas, para estar “en mi tiempo”. No es una renuncia, es una conversación con el presente.

¿Podrías narrar el mapa olfativo de tu infancia? ¿Cuáles eran los olores que más te marcaron?
Sí, tengo muchos: la sal del mar, el olor de las algas en la orilla; el humo de la madera al torcerla con fuego mientras viejos calafateros trabajaban; la hierba recién cortada; el cedro de los lápices de la escuela; y hasta la mandarina del recreo. Todos esos olores construyeron mi memoria sensorial.
¿Qué opinas del layering, de usar distintas fragancias una sobre otra para inventar algo propio?
Soy un defensor del layering. La industria nos dijo que no se podían mezclar perfumes, pero eso es falso. Es la mejor manera de tener un perfume verdaderamente personal. No siempre acertarás, pero con prueba y error construyes algo único, como en la cocina: capas, intuición, ajuste.

¿Cuál es el problema más molesto que enfrentas como perfumista?
La deshonestidad. Que digan “lleva feromonas” cuando eso no existe. He probado feromonas sintéticas; no huelen, no funcionan como cree la gente. Soy un guardián del perfume: me importa la autenticidad más que la venta.
Si pudieras entrevistarte a ti mismo hace 20 años, ¿qué te preguntarías?
Me preguntaría: “¿Cómo será la perfumería del futuro?” No estoy seguro de que habría acertado: las regulaciones, la escasez de perfumistas… no me lo habría imaginado. Pero me alegra ver que hoy la perfumería de autor florece: más artistas, menos especulación industrial.
¿Qué necesita alguien para convertirse en perfumista? ¿Químico, sommelier, artista?
Lo importante no es que sean químicos ni sommeliers. Lo esencial es la imaginación. El sentido del olfato se practica, se doma; la imaginación, no. Se debe tener esa capacidad de inventar.
Ramón Monegal no solo hace perfumes: traza mapas de memoria, construye poemas con moléculas, y redefine lo que significa oler como acto creativo y libre. Su visión reivindica una perfumería auténtica, sin artificios ni falsas promesas, y coloca el lenguaje olfativo como una forma de resistencia poética. En un mundo donde los aromas se venden como armas de seducción o promesas imposibles, él apuesta por la honestidad, la profundidad y el enraizamiento.
