Fucking Men: intimidad, riesgos y deseos
La Ciudad de México sabe guardar secretos. Algunos se esconden en bares discretos, otros en miradas que duran medio segundo y unos cuantos más en la forma en que dos desconocidos se reconocen sin decir palabra. Fucking Men vive justo ahí: en ese intersticio donde el deseo se vuelve espejo y la vulnerabilidad se convierte en un acto político sin anunciarse como tal.
Por: El Poderoso Dave
Foto: Marielle Valencia

Pablo Perroni lo entiende. No desde la teoría, sino desde la piel. Por eso, cuando decidió producir esta obra, no buscó escándalo ni shock value; buscó humanidad. Lo que encontró fue un texto que revela al hombre gay contemporáneo con todas sus contradicciones: el hambre de ser visto, el miedo a exponerse, el impulso de conectar, el hábito de huir.
En Lucerna, el teatro se transforma en bar. El público bebe, observa, es observado. Una atmósfera íntima, casi clandestina, donde la ficción y la vida real comparten el mismo oxígeno. Ahí, Perroni interpreta a diez hombres distintos —junto a otros dos actores— sin juzgarlos, sin suavizarlos, sin caricaturizarlos. Porque lo queer no necesita permiso para existir; solo necesita espacios donde pueda respirar.
Hablamos con él sobre el sexo como moneda, la responsabilidad de contar historias LGBT+ con dignidad y la belleza incómoda de ser honesto. Esta es una conversación que también desnuda.
Pablo, cuando vimos Fucking Men nos llamó la atención que no se queda en lo simple. Es una obra que explora el deseo, la identidad, la mirada, la vulnerabilidad… ¿Cuál fue tu primera reacción al texto y qué te motivó a producirla aquí?
En este caso, lo que me pareció de la obra al leerla —además de que es muy actual— es que los temas y la manera de dialogar son muy presentes. Me gustó cómo plantea el sexo y las relaciones sexuales como un intercambio, una moneda, una manera de relacionarnos y cómo eso nos afecta. También me gustó que pareciera que el sexo ni siquiera es lo importante en la obra. De hecho, cada vez que están a punto de empezar el acto, nos vamos a otro lado. Lo importante es cómo llegamos a eso y cómo salimos de eso. Verlo a través de diez personajes distintos —con diferencias generacionales, profesionales, de realidad— me pareció una gran representación del hombre gay actual. Sí, el sexo es un hilo conductor, pero no es el protagonista.
Algo que nos llamó la atención fue que solo tres actores interpretan todos los papeles. ¿Qué complejidad te representó esto como actor y productor?
Varias complejidades. Como ya viste, hay que saltar de un personaje a otro en segundos, y a veces son diametralmente distintos. Yo hago cuatro y los últimos dos —Sammy y Javier— son personajes que normalmente no exploro. Ha sido increíble porque sus realidades son cercanas a la mía, y creo que el público se va a ver reflejado en alguna historia. El formato también implica un reto: no está propuesto así por el dramaturgo, pero desde el inicio yo quería algo más inmersivo. Por eso convertimos Lucerna en un bar con mesas, barra y servicio desde una hora antes. Queríamos que el público se sintiera dentro del mundo de la obra. Después de la función, los invitamos a quedarse; nosotros también nos quedamos a escuchar cómo la vivieron. Eso ha sido fascinante.
¿Y esta idea del bar dentro del foro? ¿Cuál era la intención?
Que el público hiciera el viaje con nosotros. La obra va de eso: “siempre conoces a alguien más”. ¿Qué mejor que hacerlo en un bar? Hemos visto grupos de amigos debatir, molestarse, emocionarse. Hay historias que duelen porque todos hemos estado ahí, y para cada quien resuena distinto. Además, la obra no es solo para público gay. Ha venido muchísima gente heterosexual, y les encanta. Les sorprende ver que no somos tan diferentes.
¿Han pensado en hacer otras dinámicas? Algo como citas rápidas o juegos postfunción.
¡Sí! La idea está ahí. Quizás para esta temporada ya no es posible porque estamos en funciones y además entra un actor nuevo la próxima semana. Pero este fin de semana tenemos una dinámica: si vas disfrazado, te damos una bebida gratis. Queremos incentivar justo que el bar es parte de la experiencia. Y sí, un game show tipo “desconocidos” estaría divertido. Lo voy a pensar para la segunda temporada del próximo año.

¿Tuviste que modificar cosas del guion o propuestas para que resonara con el público de CDMX?
Traté de neutralizar todo lo que pudiera sonar demasiado específico de Reino Unido. El único cambio real fue en la historia del periodista y el actor famoso. En la versión británica es un actor de cine; aquí lo ajusté a un actor de televisión porque es una figura que entendemos más en México. Lo demás funciona tal cual: las historias, las realidades y los personajes existen aquí. Lo que más me gusta es que no hay juicio. Se habla de VIH, sí, pero no es un “tema”, es una realidad más. No hay buenos ni malos, solo personas con errores, deseos y complejidades.
El tema central, para mí, es querer ser visto versus el miedo a exponerse. ¿Cómo te relacionas tú con esa tensión?
Nunca me ha dado miedo exponerme. Pero sí sentí mucha responsabilidad con uno de los personajes, porque podía convertirse en caricatura si no lo hacía desde la verdad. Eso es justo lo que critico: la representación estereotipada del hombre gay. Y curiosamente ese personaje es con el que más conecta la gente. Si eres fiel a lo que crees y cuentas historias por las razones correctas, lo demás ya no está en tus manos. El riesgo siempre va a estar, pero es parte de la pasión de contar historias.
Algo que me encantó es cómo la obra muestra distintos arquetipos dentro de la comunidad sin caer en clichés.
Totalmente. Hay una gran variedad de posibilidades, y eso es lo que me enamoró del texto. El sexo, en la obra, es conectar. Acercarte a alguien. Y escenas como la del matrimonio… uff. Es de las más dolorosas. Todos hemos estado ahí, en esa cama, en esas conversaciones. También hay escenas muy divertidas. La obra se va transformando; empieza ligera y termina profunda y hermosa. Y sí: la escena final es muy emotiva. Mucha gente nos dice que lloró, y es natural. Es una historia de conexión entre generaciones.
También mencionaste Destello. ¿Cómo comparas esas dos experiencias?
Destello era mucho más dura, pero también muy importante para mí. Fucking Men es más amable, más universal. El público se reconoce en varios personajes. Tiene nostalgia, dolor, humor… y esperanza. Y eso me encanta.
En tu camino como creador, has mantenido representación LGBT+ durante todo el año. ¿Qué significa para ti?
Mucho. Lo hago conscientemente porque crecí en una generación donde faltaban estos personajes. Busco textos con representación digna, personajes complejos, reales. Hay un público que necesita estas historias, tanto dentro como fuera de la comunidad. El teatro es una plataforma hermosa para generar empatía, entender y dejar de juzgar. Y quiero seguir contando estas historias porque son las nuestras: las de hoy, no las de hace 30 años.
Si tuvieras que describir Fucking Men en tres palabras…
Actual.
Honesta.
Humana.


¿Cómo ha sido el reto técnico de la producción?
Muchísimo más complejo de lo que parece. Miles de cambios de ropa, transiciones rápidas, atmósferas, música, transformaciones. Aldo Sánchez hizo la musicalización y creó playlists para el inicio y el final. Y la química entre nosotros cuatro ha sido una joya. Eso hace todo más ligero y divertido.
Por último, ¿qué sigue para la temporada?

Estamos solo viernes y sábados porque el concepto del bar no funcionaba igual los domingos. Pero desde el 9 de noviembre, los domingos los ocuparé con Puras Cosas Maravillosas, una obra que amo profundamente y que cumple 10 años el próximo año. Acabo de hacer una mini temporada y se agotó. Así que ahí nos veremos también.
Fucking Men no busca provocar desde la obscenidad; provoca desde lo humano. Desde ese espacio incómodo donde se mezclan deseo, miedo, ternura y soledad. Pablo Perroni y su equipo entienden que el teatro queer no está obligado a representar, justificar o educar. Solo tiene que contar la verdad. Y aquí, la verdad es tan íntima que por momentos duele… pero también reconcilia.
En un país donde aún batallamos por narrativas que no estereotipen lo LGBT+, esta obra es un recordatorio de que existimos de mil formas distintas. Y todas merecen ser vistas sin filtros.








