Detrás del filtro: prostitución encubierta bajo marcas y colaboraciones
Instagram nació como una vitrina para compartir instantes, estilo de vida, creatividad y estética. Sin embargo, con el tiempo, esa vitrina se ha convertido también en un escaparate donde se alquilan cuerpos, se venden ficciones y se manipula el deseo ajeno para obtener beneficios económicos. No todo lo que brilla en las redes es autenticidad: muchas veces es estrategia, otras tantas, es fachada.
Por: Eduardo Almenar
La ficción aspiracional como moneda de cambio
El auge de los influencers y la economía de la atención ha traído consigo una presión creciente por mostrar una vida «aspiracional»: viajes de lujo, cenas exclusivas, marcas de diseñador, autos deportivos. Pero detrás de muchos de esos perfiles, hay acuerdos opacos, intercambios sexuales disfrazados de “colaboraciones”, y relaciones que no tienen nada de románticas, pero sí mucho de negocio.
Algunas influencers —y también influencers hombres— construyen una imagen pensada para atraer patrocinadores, mecenas o contactos con intereses muy distintos a los del marketing digital. Lo que parece un estilo de vida soñado, a veces es financiado por relaciones transaccionales que, en la práctica, son formas encubiertas de prostitución.
“No es solo contenido, es cuerpo y presencia en oferta. No es solo marketing, es manipulación del deseo disfrazada de autenticidad.”
Plataformas que no controlan, pero permiten
Aunque Instagram y otras plataformas digitales prohíben explícitamente el contenido sexual y la prostitución, el algoritmo premia la exposición del cuerpo y la sexualización constante. Muchas cuentas, bajo una estética perfectamente curada, se convierten en catálogos no oficiales, donde la insinuación abre puertas a tratos privados, mensajes directos con propuestas y, finalmente, acuerdos por fuera de la red.
A esto se suma la proliferación de enlaces a plataformas como OnlyFans, chats pagos y grupos privados, que aunque pueden ser legítimos, en algunos casos funcionan como el canal final para concretar transacciones sexuales o servicios acompañados de favores económicos.
¿Y la responsabilidad digital?
El problema no es la sensualidad ni la libertad sexual. El problema es cuando las plataformas se convierten en zonas grises de explotación y cuando la audiencia —incluyendo menores de edad— consume sin filtros una versión tergiversada de lo que significa el éxito, el poder o la belleza.
Además, este tipo de prácticas crea una competencia desleal en el ecosistema influencer: quienes optan por construir contenido con valor, educación, creatividad o información, ven cómo su visibilidad se ve eclipsada por quienes usan el cuerpo y la ficción emocional como atajo.
El doble filo de la visibilidad
Detrás de algunos perfiles con miles de seguidores, se esconden historias de presión económica, falta de oportunidades, o incluso redes de explotación disfrazadas de “representación” o “management”. Esta realidad, poco discutida públicamente, necesita ser visibilizada para proteger a quienes caen en estas dinámicas por necesidad o manipulación.
No todo influencer es un personaje vacío ni toda mujer con un cuerpo trabajado está vendiéndose. Pero el problema es cuando los límites se borran y el algoritmo lo valida.
Reflexión final
Instagram, como muchas plataformas, no es ni buena ni mala en sí misma. Es un escenario. Lo que importa es qué tipo de obra se representa y quién la está dirigiendo. En un mundo donde el cuerpo se convierte en capital social, urge preguntarnos:
¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar por visibilidad y dinero?
¿Y cuánto estamos normalizando sin darnos cuenta?