Ricardo Garduño: Vortex, Arte Que Respira Futuro
Entrar en el mundo de Ricardo Garduño es entrar en un vórtice —literal y metafóricamente— donde los pianos dejan de ser instrumentos y se convierten en criaturas, portales y esculturas vivas. Arquitecto, artista visual y músico de formación, Garduño ha construido una trayectoria donde la técnica convive con lo onírico y donde cada pieza parece escaparse de otra dimensión.

Su más reciente obra, Vortex, creada en colaboración con Cosentino y su material ultracompacto Dekton Somnia, llega para confirmar por qué su nombre ya es referencia obligada en el arte inmersivo contemporáneo. La pieza, actualmente exhibida en Cosentino City Ciudad de México, es un piano de 600 kg que fusiona piedra, sonido y tecnología con una estética futurista que recuerda a meteoritos, naves espaciales y sueños que se materializan.
En esta conversación, Ricardo nos lleva desde sus primeras obsesiones visuales hasta el momento exacto en el que un piano centenario se convierte en un manifiesto del futuro.
¿Cómo nació tu conexión con los objetos y lo visual?
Crecí en una casa donde todo se movía: piezas, cuadros, esculturas. Mi papá es corredor de arte, así que nunca había una pared libre. Eso me marcó muchísimo. Con el tiempo estudié arquitectura y creo que gracias a la carrera pude perfeccionar la técnica, la parte formal, y después conectar eso con la pintura.
¿Cómo llegaste a trabajar con pianos, especialmente uno de mármol o materiales pétreos?
Yo quería que se escuchara sí o sí, y tuvimos que pedir ayuda técnica. El único piano de mármol que existía antes era uno para Beyoncé, pero el mío surgió distinto: rescatamos un piano de 1900 que pudo terminar en la basura. Cambiamos maquinaria, teclado, cuerdas… todo nuevo. La gente cree que puede romperse fácil, pero lo importante está abajo: la caja armónica. El exterior puede modificarse sin alterar el sonido.
¿Cómo nació Vortex, tu colaboración con Cosentino?
Fue algo súper natural. Visité Cosentino City Ciudad de México y descubrí Dekton Somnia. No sabía que existían materiales tan ligeros, resistentes y tan fuertes visualmente. Cuando me preguntaron qué quería hacer, les dije: “un piano”. Y así empezó todo. Elegí Somnia por su elegancia y porque encajaba perfecto con esta idea futurista que tenía en mente.

Vortex pesa 600 kg. ¿Cómo lograste mantener la pureza del sonido?
Mientras la caja armónica esté bien, puedes intervenir el exterior sin afectar el tono. El reto fue técnico: adaptar, diseñar y forrar el piano con una precisión quirúrgica. Trabajamos con especialistas para lograr que todo encajara perfecto sin alterar la esencia del instrumento.
El piano llegó tarde el día de la presentación. ¿Cómo viviste ese momento?
Fue caótico pero increíble. Tuvimos que armarlo por partes frente a la gente. Estuvimos casi una hora montándolo y afinándolo ahí mismo. Para ellos era como: “¿qué estamos viendo?”. No es común presenciar ese proceso.
¿En qué te inspiras para diseñar estas piezas tan orgánicas, casi vivas?
Trabajo mucho con formas. Me obsesionan las anémonas. Una serie completa nació de un sueño donde salían tentáculos del piano y me atrapaban. Suena psicodélico, pero fue muy intenso y lo convertí en obra.

Tu obra inmersiva se ha vuelto muy reconocida. ¿Cuándo nació esa línea?
El año pasado hice Ruptura Dimensional en una casona antigua donde vivió Porfirio Díaz. Era una metáfora sobre otras dimensiones. Me encanta mezclar tecnología: luces láser, hielo seco, atmósferas densas. A veces toco yo, pero también colaboro con otros pianistas. Ahí entendí que mi trabajo no eran solo esculturas: eran experiencias.
Has colaborado con marcas globales. ¿Cómo empezó esa etapa?
Estaba metido en mercadotecnia y comencé a hacer experiencias para marcas: Miniso, Max Mara, Calvin Klein. Entendí que mi arte podía dialogar con moda, diseño y publicidad.
Los conejos aparecen mucho en tu obra. ¿Qué representan?
Son símbolos de mi inconsciente. Figuras geométricas que después evolucionaron a versiones tipo caricatura, y ahora estoy en una etapa más oscura, casi apocalíptica. Son como ventanas a lo que voy viviendo.

Incluso pintaste un santo millennial. ¿Cómo ocurrió eso?
Buscaban un pintor de óleo realista para un santo relacionado al internet y a cómo conectó a jóvenes con la iglesia. Me escribieron, hice el cuadro y participé en la canonización. Fue un momento muy fuerte en mi carrera.
¿Qué simboliza que Vortex sea tu piano número 33?
Para mí es un número de salto creativo, de transición hacia otra dimensión. Siento que marca un antes y un después.
¿Qué se viene ahora?
Voy a presentar Vortex en un show durante Art Week en febrero, patrocinado por HSBC. Quiero que sea brutalista, industrial, muy inmersivo. Música electrónica, láseres, proyecciones… todo para expandir la experiencia. También estoy trabajando en una línea futurista y minimalista inspirada en criaturas coloridas. Ahí va mi siguiente exploración.

Vortex no es solo un piano: es un manifiesto. Un recordatorio de que la piedra puede ser movimiento, que el sonido puede ser materia y que el arte puede estirarse hasta tocar lo invisible. Ricardo Garduño sigue empujando los límites entre arquitectura, música y escultura, abriendo portales donde otros solo ven objetos. Y si este es su piano número 33, lo que viene promete ser todavía más radical.
