Alimentos funcionales y nutracéuticos
Cada vez escuchamos más sobre alimentos funcionales, pero ¿sabemos acaso cuáles son? La Asociación Americana de Dietética (ADA) los define como aquellos alimentos integrales, fortificados, enriquecidos o mejorados, que tienen un efecto potencialmente benéfico para la salud, cuando se consumen de forma regular y en niveles efectivos como parte de una dieta variada. Cabe aclarar que los claims en salud de estos alimentos deben estar basados en evidencia científica significante.
La ADA propone una clasificación en distintas categorías, pero más que analizar cada una de ellas, vale la pena mencionar que algunas veces lo que los hace ser considerados como “alimentos funcionales” es el contenido de ciertos compuestos bioactivos (independientemente de que los contenga de forma natural o que hayan sido añadidos) que promueven, principalmente, una salud óptima o reducen riesgos a la salud. Estos compuestos pueden ser denominados como “nutracéuticos”.
Normalmente asociamos estos compuestos con fuentes vegetales, pero ¿sabías que también existen compuestos de este tipo en fuentes animales? Por ejemplo: la carnosina (presente en la carne) que tiene actividad antioxidante, actúa como buffer del pH, mejora la contracción muscular y reduce la velocidad de formación de productos que pueden ser factores para desarrollar o empeorar algunas enfermedades degenerativas. Además, existen péptidos de origen lácteo, marino o cárnico que ejercen funciones anti-hipertensivas. También, provenientes de la leche y sus derivados, podemos hablar de inmunoglobulinas que ofrecen protección contra microorganismos, lactoferrina que puede modular el sistema inmune y tiene actividad antiinflamatoria; y lactoperoxidasa que tiene actividad antimicrobiana y antiviral.
Otro gran ejemplo de este tipo de compuestos de origen animal son el DHA y EPA, comúnmente conocidos como omega 3, que se encuentran principalmente en pescados de agua fría como salmón, atún, bacalao, arenque, anchoas, etc.
Si hablamos de fuentes vegetales, tenemos como ejemplo de compuestos bioactivos a los famosos fitoesteroles, que destacan por su actividad para disminuir el colesterol total plasmático y el LDL (coloquialmente conocido como “el colesterol malo”). Se encuentran principalmente en aceites (sésamo, almendra, maíz, girasol, oliva, etc.), semillas de girasol y sésamo, pistaches, avellana, nueces de macadamia, almendras y en menor cantidad en frutas, verduras y algunos alimentos industrializados.
Los polifenoles son otro grupo de fitoquímicos que tienen propiedades antioxidantes, bloquean enzimas que causan inflamación, protegen de daño oxidativo, etc. Y, por otra parte, se encuentran los carotenoides: mejoran la respuesta inmune y la bromelina: efecto analgésico y anti trombótico.
Existen, además, otros compuestos bioactivos como prebióticos y probióticos, la diferencia entre estos radica en que los prebióticos son el sustrato de la microbiota, mientras que los probióticos son los microorganismos vivos como tal. Los prebióticos favorecen el desarrollo de la microbiota, facilitan la absorción de minerales, así como, la síntesis de vitaminas. Los probióticos fortalecen el sistema inmune, mejoran la digestión, previenen enfermedades intestinales, entre otros.
Las vitaminas también se consideran compuestos bioactivos y a pesar de que no aportan energía como tal (aunque se tiene la creencia de que sí lo hacen) son imprescindibles en los procesos metabólicos, mismo caso para los minerales que actúan como cofactores en muchos procesos.
En fin, existen muchísimos compuestos bioactivos que al ser parte de un alimento, lo pueden convertir en un alimento funcional. Si se consumen con regularidad, en cantidades adecuadas y acompañados de un estilo de vida saludable, pueden otorgar numerosos beneficios a nuestra salud.
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